RE-CREACIÓN

Este es un blog de ejercicios a cargo de la profesora Gloria Macedo.

19.2.07

Pintura del corazón (crónica)

Sandra Arroyo Vargas

Miraflores, 10:30 a.m. Caminaba por el Parque Kennedy, pues había quedado en encontrarme con una amiga en ese lugar. Mientras tanto, observaba cómo mis zapatillas se iban mojando lentamente y el dobladillo de mi pantalón se humedecía a medida que avanzaba, el cielo se encontraba nublado y pequeñas gotas de lluvia caían sobre mi rostro. Estaba concentrada en la música que salía de mis audífonos. Sin embargo, decidí mirar al frente y observé a un grupo de hombres que llegaba por un extremo del parque cargando muchos cuadros cubiertos con telas. Me detuve un momento porque recibí un mensaje de texto de mi amiga: “Espérame media hora más, tuve problemas y llegaré tarde”.

Luego de renegar, decidí sentarme en una banca justo al frente de los hombres que ya se encontraban instalando sus cuadros. Había visto a esos artistas, y a sus obras, innumerables veces; pero era la primera ocasión que los veía al comenzar su día de trabajo. Apagué mi MP3 para escucharlos: “Espero que las ventas de hoy sean buenas”, dijo uno de baja estatura. Otro caballero solamente asintió con la cabeza y todos siguieron acomodando sus cuadros, hasta que ya todo quedó listo. En ese momento me puse a pensar si llegaban a vender todas sus obras o si ese dinero les alcanzaba para vivir. Fue ahí donde decidí investigar sobre estos personajes y es así como comienza esta crónica.

Después de unos días me encontraba en la misma banca, con una libreta de apuntes y un lápiz. Me acerqué al grupo de hombres, al principio con un poco de temor, porque pensaba que me rechazarían al pedirles una plática, pero fue todo lo contrario. Una sonrisa se dibujó en sus rostros al ver mi interés por su trabajo y estuvieron dispuestos a contarme de todo.

Ellos están todos los fines de semana desde muy temprano en el centro del Parque Kennedy, sentados al costado de sus obras, con una cálida sonrisa dirigida a cada persona que se detenga a verlas y que, posiblemente, esté interesada en comprar alguna pieza. Pero ¿qué hay detrás de estas sonrisas?

Marco Arce, de 35 años, egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Fue un buen alumno, pero eso no le bastó para poder encontrar trabajo. Intentó la enseñanza de artes plásticas, pero no consiguió el puesto deseado, también quiso crear un taller de pintura, pero no lo pudo llevar a cabo. Pasó un tiempo pintando por diversión y, a pesar de que no ganaba dinero por eso, se sentía feliz porque hacía algo que le llenaba el alma: pintaba. Así fue hasta que un amigo suyo le contó del negocio del parque. “Ya lo conocía, pasaba muchas veces viendo cómo vendían sus cuadros, pero nunca me imaginé que terminaría como ellos”, me comentó.

“¡Yo soy el amigo!”, dijo el caballero que estaba sentado al costado de Marco. Ambos rieron. Aquel que le había recomendado a Marco sobre este negocio era Francisco Delgado, de 39 años. A diferencia de nuestro primer artista, Francisco es autodidacta. “¿Una carrera? ¿Para qué? No necesitas aprender algo que tienes siempre presente en tu mente y corazón y deseas plasmarlo en un papel, óleo o lo que sea”. Luego de escuchar esas palabras, dirigí la mirada a los cuadros de ambos. La técnica era ligeramente parecida, la temática tratada era la misma: paisajes peruanos.

A unos diez pasos de donde Marco y Francisco estaban instalados se encontraba Álvaro, de 47 años. Él, durante toda su vida, se ha dedicado a la pintura. Y tiene algo que lo diferencia de los demás: es dueño de un taller que está ubicado en San Isidro, donde enseña a jóvenes que desean postular a la PUCP, de donde él egresó. “La pintura es mi pasión. Enseño mis conocimientos a personas que tienen esa chispa de artista en su interior y a la vez vendo mi arte. Y aparte de todo eso, ¡me pagan!”, dijo Álvaro, riéndose.

Hasta ahora todas las palabras reflejaban a artistas felices, pero no todo era color de rosa, no todos ven las cosas como Álvaro. Para gente como Marco y Francisco, quienes viven de este negocio, es necesario vender la mayor cantidad posible de cuadros para satisfacer sus necesidades. Pueden ser felices haciendo lo que hacen, pero de esa felicidad no comen, no pagan una vivienda, no se visten.

“Nuestras esperanzas crecen cuando vemos que grupos de turistas se acercan a ver nuestras obras y, más aún, cuando hablan bien de ellas”, dice Francisco. Otro caballero que estaba al costado escuchaba nuestra conversación y se unió a ella. “Siempre le das el crédito a los turistas, también hay gente de acá que se interesa por el arte de sus compatriotas, ¿o estás llamando ignorantes a los peruanos?”. El hombre tenía una mirada fría y sus palabras fueron dichas con mal tono. Francisco me dijo: “No le hagas caso, es muy envidioso, cuando ve que compran cuadros de otros y no los suyos, se molesta mucho”. Este señor también vivía de la venta de sus obras y al parecer no le iba muy bien, por lo que me comentó Francisco. “En fin, te iba contando de las ventas”, dijo retomando el tema. Ellos, por más amigos que puedan ser, están en continua competencia. El cliente, al ver tantas obras ante sus ojos, muchas veces no sabe cuál escoger, sobre todo si las técnicas y los temas son parecidos. Al momento de comprar se guían por quien tiene más poder de convencimiento y le ofrece el precio más barato, claro.

Marco comenta que entiende a Gabriel, nombre del caballero que antes contestó con malhumor. “Es casi imposible que no envidies a alguno de los aquí presentes cuando llega a vender algún óleo”. Por eso, algunos tomaron la decisión de que dentro de poco tiempo intentarían nuevos estilos, pero conservando la temática, así el cliente podría apreciar más las diferencias entre todas las obras y decidirse por la mejor y no escoger una de entre tantas iguales.

“¿Nuevos estilos, pero conservando la temática?”, pregunté. “El tema principal es el Perú, su cultura, sus paisajes, sus habitantes, todo lo relacionado con él, está plasmado en la mayoría de estos cuadros”. Con esas palabras llegó la hora de retirarme, para que estos caballeros prosigan con su labor. Su hora de almuerzo había terminado.

Ya estaba por regresar a mi casa. Había cruzado la pista para tomar el micro, pero, inexplicablemente, regresé la mirada hacia donde había estado hacía unos minutos, en el centro del parque. Y vi lo que ellos tanto esperaban: muchos clientes y, sobre todo, los favoritos de Francisco, un grupo de turistas.

Dudé un momento. No sabía si regresar y conversar con aquellas personas que se veían interesadas en los cuadros de nuestros personajes. “No perderé la oportunidad”, me dije y volví. Me puse al lado del grupo de turistas, como quien pasa piola aparentando que veía los cuadros cuando lo que hacía era escuchar sus comentarios. Uno de ellos me dijo: “Interesantes óleos, ¿no lo crees?”. Mi reacción fue de asombro. Yo creía que eran norteamericanos y este señor hablaba un español muy fluido. “Sí, y justo hago un trabajo de los autores de estos cuadros”, le respondí. Me comentó que, efectivamente, era de Estados Unidos y estaba de viaje en Perú con su familia y que él era el único que hablaba español. Se llamaba John Meyer. “Queremos algo de arte peruano actual, moderno y único y me hablaron de este lugar y, sin dudar, vinimos”. Era la oportunidad perfecta. Conduje al grupo de turistas a donde estaban los artistas con los que anteriormente había conversando. Los rostros de Marco, Francisco y Álvaro se llenaron de felicidad y, más aún, cuando cada uno de los miembros de la familia de John les compraron varios cuadros y quedaron todos satisfechos.

Había sido un día de mucha suerte para mí, para estos artistas y para aquellos turistas. Esa fue una forma de agradecerles a los pintores el tiempo que emplearon en ayudarme a redactar estas líneas, porque sin ellos, esta crónica, simplemente, no existiría.

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