RE-CREACIÓN

Este es un blog de ejercicios a cargo de la profesora Gloria Macedo.

19.2.07

Lejano amor (crónica)

André Miranda

Son las 5.25 a.m., Edgar se levanta. Como todos los días su estampita de San Martín de Porres lo acompaña en la cabecera de su cama. Toma un duchazo frío, desayuna una taza de café y unas galletas, y sale apresuradamente de su pequeño departamento. Un día más, unos dólares más para mandar a su familia. Trabaja en el aeropuerto Internacional de La Guardia Airport en la sección de limpieza. Toma dos buses y un tranvía, pues no hay otra forma de llegar desde Patterson, que es donde reside.

Lleva cuatro años de servicio en el aeropuerto de la “Capital del mundo” o la “Gran manzana”, lugar que recibe aproximadamente 24 millones de pasajeros, anualmente. El día normal de trabajo no es tan malo, hoy solo le dieron dos gates o puertas de embarque, como le dirían acá. Su labor consiste en pasear por los gates todo el día y verificar que todo esté limpio.

Él es uno de los nueve mil trabajadores que laboran en el aeropuerto; de ellos, dos mil son inmigrantes que, con documentación falsa, lograron sortear obstáculos y buscan una oportunidad para sustentar a sus familias que, lejos de ellos, anhelan volver a verlos algún día.

Son las 12.30 p.m. y toca el primer turno de descanso. Edgar se dirige rápidamente a un teléfono público, saca una tarjeta de su vieja billetera de cuero repujado la cual dice “Nasca”. Es una costumbre llamar a esa hora, ya que su esposa Anita (como la llama de cariño) lo espera al otro lado de la línea.

— ¿Y gordita? ¿Cómo está la bebé? —son las primeras palabras de Edgar.

— Todo bien —responde Ana.

Ellos tienen una pequeña hija llamada Sofía, que apenas reconoce el rostro de su papá. El único recuerdo que tiene de él es aquel video casero que Edgar mandó hace ya dos años y con el que Anita siempre llora. La conversación no dura más de 20 minutos, pues Edgar se tiene que dar un tiempo para comer algo, que es lo que lo mantendrá con fuerzas durante el día.

A las 5 p.m. Edgar marca tarjeta y comienza el largo camino de regreso a casa. Las radios anuncia que la temperatura es de - 4° C en la ciudad de New York. Caminando, el frío es segundo plano en su mente, no hace otra cosa que pensar en su pequeña hija y su esposa. Solo tiene una imagen: él junto a su familia siendo felices. Mañana será el santo de Edgar, un día normal para él, pero solo hasta que regrese del trabajo.

Amanece. Como todos los días se levanta y hace la rutina de siempre. Llega al trabajo y en la hora del descanso llama para recibir el saludo de su querida Anita y oír la voz de la pequeña Sofía que, con vocecita tierna le dijo: “Feliz cumpleaños papito, te quiero mucho”. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en la cara de Edgar y no lo abandonó hasta después de media hora. El día siguió su curso y, sin pensarlo, el trabajo se dio por terminado.

Regresa a Patterson, una de las ciudades con la colonia más grande de peruanos en Estados Unidos, donde es imposible no cruzarse con algunas bodeguitas y el típico afiche de la chica de Pilsen o Cristal, o un móvil de Sublime colgando, recordándonos ese sabor celestial que nos hacía delirar cuando niños. Edgar hace una parada en una tiendita para comprar dos six pack de Cusqueñas y una bolsita de papa a la huancaína Maggi para preparar. Cruza la calle y llega al restaurante “El peruanito” donde, ni bien entra, pide una fuente de carapulca hecha con las manos de Doña Mirtha, una señora piurana que ya reside allí por más de 12 años.

Con las manos llenas se dirige a su pequeño recinto donde se dará inicio a una típica reunión “perucha”. Ingresa, deja las cosas en la cocina y se da un duchazo. No pasó mucho tiempo para que su “compadre” Raulito Aguirre le toque la puerta con otro six pack de Cusqueñas bien heladitas. El saludo que, estoy seguro, la mayoría de nosotros ha escuchado por lo menos vez en su vida en alguna reunión familiar:

—Feliz cumpleaños, pues “comparito” —entona, alegremente, con una sonrisa Raúl.

—Gracias, gracias compadre —responde Edgar.

Laura, una limeña del distrito de San Juan de Miraflores, quien llegó hace tres años, se encarga de repartir la carapulca que se mezcla con el aroma de cigarros y cerveza, tal y como sería en una típica casita de Perú.

El criollismo nunca falta, ponen un disco de música peruana para brindar y cantar “Lejano amor” de Los embajadores criollos o gritar “Estoy enamorado de mi país”, desde el fondo del corazón. No se ven más que caras jubilosas y alegres en la habitación, carcajadas y risas por un lado y por el otro. Carlos Tafur trae la guitarra y Raulito Aguirre corre a su departamento por su cajón. Son las 3 a.m., se armó la jarana. Se entonan canciones de Eva Ayllón, el “zambo” Cavero y Lucho Barrios, hasta ya no poder.

La fiesta termina, todos se despiden alegremente, unos más mareaditos que otros. La mayoría trabaja al día siguiente, pero eso no es problema porque saben que valió la pena sentirse “de nuevo en el barrio”. Abandonan el lugar, caminan hacia sus casas, otros parten en sus carros. Al final, Edgar solo ve lo que fue un gran cumpleaños con una “segunda” familia. Cansado y relajado se echa a su cama, sabiendo que mañana será otro día más.

Así como Edgar, son casi tres millones de peruanos los que viven en el exterior, no solo en Estados Unidos, sino también en países a los cuales nunca nos imaginaríamos ir. Algunos, llevados por la necesidad, toman nuevos rumbos, dejando atrás todo: familia, amigos y aquello que quieren y les da una razón para vivir. Y es así, a veces, la necesidad puede más que el amor.

3 Comentarios:

  • A la/s 20 de julio de 2008, 5:12 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

    Me gustó mucho esta crónica. Muy buena y bastante tierna, pues tiene mucho sentimiento. Es la realidad de muchos peruanos que por necesidad buscan esas grandes oportunidades para salir adelante. Pues son miles de historias en las cuales uno comprende que para sacar a sus familias adelante hay que buscarselas aún así sea difícil el camino. Pero sabemos que cuándo uno tiene que irse a trabajar al extranjero se siente más peruano, es ahí cuando valoran realmente al Perú.

     
  • A la/s 20 de julio de 2008, 5:14 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

    Me gustó mucho esta crónica. Muy buena y bastante tierna, pues tiene mucho sentimiento. Es la realidad de muchos peruanos que por necesidad buscan esas grandes oportunidades para salir adelante. Pues son miles de historias en las cuales uno comprende que para sacar a sus familias adelante hay que buscarselas aún así sea difícil el camino. Pero sabemos que cuándo uno tiene que irse a trabajar al extranjero se siente más peruano, es ahí cuando valoran realmente al Perú.

     
  • A la/s 22 de julio de 2008, 11:15 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

    Creo que es una cronica que llega al corazon, para aquellos que tienen familiares lejos o los que no.. por darle una vida mejor a sus familias se van, dejando todo.Que asi como tienen una vida diferente tambien tienen una muy grande tristeza, lo que es no poder ver a tu familia ,hijos,hermanos,etc,y hay casos que los q estan en peru tratan de viajar para reecontrarse pero por cosas de la vida no pueden.Eso es debido a que en el peru no hay mucho trabajo y si los de mas arriba no hacen nada la vida del peruano siempre sera asi lo que es penoso.

     

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